12.12.06

Llegar a la isla de Flores fue...

... un poco como llegar al pasado, un poco como llegar a un sueño y un poco como llegar a casa. Agradeció no haberse mentalizado en exceso y haber llegado casi sin darse cuenta: así, el vuelco al corazón había sido tal que el baile de sonrisas en su mente era simplemente impagable.

De nuevo aquel rinconcito del Petén dejaba de ser rinconcito en su memoria y se le presentaba ante sus ojos con toda la familiaridad que un lugar brinda a los visitantes que regresan, a los que ya estuvieron y quedaron prendidos y regresan.

Había creído – o no creído, tal vez era excesivo llamarlo idea, más bien había sentido – que cuando regresara se notaría extraña, indefinida - ¿ella qué era, visitante o retornada?, ¿visita o visitada?-. Pero no. Llegar había sido como sumirse en un agradable dejá vu. Allí estaba Flores y su laguna, tan iguales y tan como siempre. Y Santa Elena y San Benito, tan iguales y tan agradablemente cambiados. Para bien. Agradablemente mejorados. Y las gentes. Unos con una hija. Otra en la misma casa. Una que se mudó con el otro. Otros embarazados y tan felices. Uno con su negocio ya a toda marcha y otros con su hospedaje más bonito que nunca. Y todos reunidos aquella noche para darle la bienvenida y reírse como si fuera ayer la última vez que se habían visto.