...se dio cuenta que no iba vestida para la ocasión. No es que fuera de lujo pero sí “de cierta clase”, como hubiera dicho X. De todos modos se sentó en el sitio que le indicaron, entre Z y H, y se dispuso a disfrutar de la velada.
De la carta, no conocía más de la mitad de los platos así que dudó un buen rato (algunos pensaran que dudó 26 años y tampoco se estarán equivocando; sobretodo aquellos que sepan que, de hecho, la vida es duda y las dudas… dudas son). Finalmente, y viendo que el camarero la estaba ya interrogando con la mirada, dijo que iba a querer el filete ese de nombre tan francés como impronunciable.
Sus compañeros de mesa estaban ensartados en una apasionada discusión sobre un programa de televisión que según parecía se había emitido la noche anterior y había causado gran sensación, pero que ella no había visto. Sabía que no iba a participar en la conversación y no tenía muchas ganas de escucharlos, pero hizo como que paraba atención.
Las palabras, allá, podían resbalarle por la piel, si así se lo proponía, sin dejar la más mínima huella (algo que no sucedía, aunque también lo había intentado, en su país, con las palabras en su lengua materna). Ella se quedó pensando en sus cosas mientras dejaba que el vino le reconfortara la mente.
Al poco rato trajeron la comida. Su plato de título impronunciable se basaba en la coliflor como ingrediente estrella, incluso más que la propia carne, que era lo que hubiera cabido esperar. Y la coliflor era de los pocos manjares que realmente nunca solía comer así por propia voluntad. Maldijo su decisión y deseó los spaghetti que Z ya había empezado a comerse.
Pero ni modo, así es la vida.
-Per l’i. "La vida: un restaurant" :) -