30.10.06

Toca cambiar la hora...

... la noche de este sábado a domingo. Pero en El Naranjal no la cambian. Por eso durante medio año, si acá preguntas qué hora es, te responden con una larga frase. “Son las doce de hora Naranjal, la una en hora otra”.

Y si preguntas cómo es que no cambian sus relojes, los hay que se encogen de hombros y sonríen como para decirte “¿Y por qué decide alguien que la hora se cambia si nosotros vamos con el sol y el sol ahí sigue igualito?”, y los hay que sonríen, se encogen de hombros y dicen que para qué buscar explicación si ya uno “buscó, buscó y ya no buscó”.

“Y ya no buscó” porque en yucateco el verbo ‘encontrar’ simplemente no existe; el ‘buscar’ hace la función de ambos, y cuando uno oye “ya lo busqué” nunca sabe si es que el que platica ya lo encontró o que nomás ya se perdió.

Por eso se ríen todavía de aquél que llegó diciendo que venía a encontrarse a sí mismo... “Buscó, buscó… y ya no buscó”.

Cuentan los viejitos...

... que el que se llame Yucatán la península no es porqué sí… O más bien – y acá se ríen al darse cuenta de la ocurrencia- sí que es porqué sí: Llegaron los españoles a estas tierras cuando la colonización y nomás pisar la península, y antes de matar, les preguntaron a los mayas “¿Dónde es aquí, cómo se llama esto?”; y en lengua maya “No entiendo lo que dices”- que es lo que les respondieron- suena como “yuca tan”. Y de allí quedó el nombre, de la ignorancia de la matazón.

Lo que sí que no es porqué sí - si no porqué así es y tiene que ser- es que justo esta zona se llame ahorita APF Yum Balam (APF de Área de Protección de Flora y Fauna, pues es una reserva). Y es que Yum Balam es el espíritu protector del pueblo, el que silba para avisar cuando llega el peligro, que hace soplar viento si se acecha el mal, que le tapa los ojos a uno cuando el horror llega a aparecerse.

Holbox es algo distinto...

... porque, si bien el turista que llega a Cancún busca de todo menos México, los pocos que llegan a Holbox ya saben más. Y si no sabe, al llegar aprende de golpe la esencia del concepto paraíso.

X ya lleva años viviendo en la isla. Fue nomás morir su papá y ya mero recomponer su vida. Él es buzo profesional, guía experto en tiburón ballena, profesor de primeros auxilios en programas para jóvenes y, ahora, por la novia europea que se consiguió, también hace de mesero en el restauran que recién organizó la chica en Holbox mismo.

X cotorrea con todo el mundo y todo el mundo le quiere. A sus conocimientos aprendidos con el estudio, su vida le ha sumado el otro conocimiento. Los largos años de agonía de su papá le acabaron de despertar la mente. El padre fue perdiendo lentamente sus habilidades motrices, al tiempo que ganaba – eso rápidamente- un amor creciente del cuarto y más descarrilado de sus hijos. X se lo llevaba semana sí, semana no a Holbox, y en su último año el hombre nadaba por primera vez en su vida al lado del imponente y dócil tiburón ballena.

X aprendió a hacer que personas con poca movilidad pudieran gozar del nadar junto al inmenso mamífero, que cuando te mira parece que te sonría y que su moverse lento hasta parece invitarte a un abrazo.

La experiencia con su papá – los médicos aseguran que tanto amor le alargó la vida- despertó algo importante en X. Así que se capacitó para trabajar con discapacitados de todo tipo – en Holbox hay algunos, cada cuál con su historia- y con sólo unos meses de trabajo ya no queda, en la isla, ni uno de esos “raritos” – así les gritaba la gente al verles- que conserve ese indigno apelativo y todos ellos, desde el autista al tetrapléjico, tiene una nueva sonrisa en el rostro. La que dicen que aparece en los que han visto al tiburón ballena.

El día de su 30 cumpleaños, X llegó al restauran de su novia y se encontró con una fiesta sorpresa. Los invitados eran todos los niños de la comunidad a los que él da clase; no faltó ni uno, y la madre de la niña Down lloró de emoción cuando le abrazaba para felicitarle y agradecerle haberle cambiado los sentimientos hacia su hija; de la pena al amor alegre. “Qué tan humana es nuestra gente ahorita” – cuentan que le dijo la doña.

La maldición de los índios...

... tiene uno de sus episodios en el túnel de lavado de coches, allí en la entrada de Cancún Zona Hotelera.

Llega un matrimonio con su hija y la nana. Llevan el auto lleno de cadáveres de langostas y una docena de empleados se ponen a limpiar carrocería e interiores – “Ya que estamos”, le ha dicho el hombre a su mujer. La niña llora y la madre, asqueada de berridos, le da la pequeña a la nana, una joven vestida con un impecable güipil blanco. “Que tome su vaso de leche allí en el parque”, y el matrimonio entra a la cafetería.

La joven se lleva a la niña y saca de la cesta la leche y un vaso. Abre también una caja de galletas. La merienda queda, en pocos segundos, cuidadosamente preparada en uno de los bancos del parquecito. “Mihijita, tómate la leche”, y acaricia el pelo de la pequeña, que hace muecas y derrama el contenido del vaso sobre el mantel.

- Te va a castigar Dios por el desperdicio – afirma la nana
- Quiero tomar café, como mis padres, como todos
- Te vas a volver india

La amenaza sobrecoge a la pequeña. Sus ojos rastrean el rostro de su criada y en su mirada se puede leer que desde ahora la leche no volverá a derramarse.

(text inspirat en el llibre 'Balún Canán', de Rosario Castellanos)

Atacan las langostas...

... que son insectos tamaño dedo chico, que son miles y que vuelan formando una tupida nube. Hay milpas a lado y lado de la carretera y las langostas chocan contra los autos. Quedan allí aplastadas; en los vidrios, en los parachoques… mueren centenares de ellas y siguen habiendo miles. Es la peor plaga para la milpa; para los campesinos, la nube asesina significa la muerte de su cosecha. “A poco se comen una hoja en un segundo”- dicen.

Lo cuentan, al mediodía, en el telediario. La presentadora – toda ella gran sonrisa forzada- da paso a la crónica telefónica: Imagen estática y se oye la voz entrecortada del corresponsal. “Es el pan de cada año”. Recomiendan a los aventurados turistas de la zona que manejen con cuidado no vaya a ser que la poca visibilidad – la nube de langostas es espesa- sea causa de accidente.

Cancún no es lindo...

... se mire por donde se mire. De hecho Cancún no es. La Zona Hotelera invade, de lado a lado, los kilómetros que separan el pueblo del mar.

En la punta de la pequeña península que se forma al final, un restauran se camufla detrás de un trozo de baja selva. Allí es donde suelen llegar a comer los pescadores; los otros pocos visitantes que llegan suelen hacer siempre una misma pregunta al mesero: ¿Qué es aquel imponente edificio naranja del otro lado de la orilla? Dos lanchas blancas custodian por mar la playa en donde se alza el rancho. “Es casa presidencial. Mayormente Fox llegaba el primero de mayo y pasaba allí tres o cuatro días nomás. A poco lo vemos, nosotros. Si llega acá a comer trae sus propios cocineros y uno se desaparece”.

El cartelito está arrugado y las letras casi no se leen...

... (a alguien se le debió caer CocaCola encima y la tinta se corrió) pero es azúl, igual que el papelito con el número 56 que me ha dado el señor de la otra ventanilla, así que sí, debe ser allá donde tengo que hacer cola ahorita. Ok, me acomodo lo más cerca posible del aparatito de supuesto aire acondicionado (aire sí sale, pero no a buena condición… sale con poquisíma fuerza, de modo que la sala se divide entre los más sudorosos – los que les tocó las ventanillas de cartelitos naranjas y amarillos- y los menos, los de los equipos azúl y rojo).

Calculo… sí, aquí debe haber unas cuarenta y tantas personas; la gran mayoría cubanos, otros tantos deben ser chapines o nicas y así, más blanquitos, estamos otra muchacha y yo – apuesto a que es italiana – y dos ingleses con horrendas playeras que justo entran ahorita. Tienen cara de traer una cruda del quince, este par. No me queda más que sentir compasión hacia ellos, ¡je!. Sí, miniño, sí, haz caso a tu compañero y ve a comprar Coke que te hará falta azúcar para aguantar la espera.

¡Órale! Se cayó con estrepitoso estruendo la pequeña escalera metálica donde estaba subido el chaval que lleva rato intentando colgar en su debido lugar el cartel de ‘Instituto Nacional de Migraciones’. La sala entera se ríe, y es que todas las cabecitas del otro lado del mostrador han dado, al unísono, un gracioso brinco del susto. Estos funcionarios son como maquinitas programadas hasta para asustarse.

Sale, que ya me llaman. Yo digo que ésta es la buena. Fotocopia de pasaporte, acá. Fotocopia de tarjeta de crédito, ea. ¿Qué por qué quiero quedarme más tiempo, señorita? Por lo mismo que les conté hace una hora, aquello de que me estaban ofreciendo trabajo y usted tenía que prepararme los papelitos para el contrato, mientras yo iba al banco a pagar las tasas por los 90 días de ampliación de rango de turista que usted me dijo que necesitaria porque eso del permiso de trabajo lleva su tiempo… ¿se acuerda? Bien pues; sí, por eso quiero permanecer más tiempo en el país, señorita, y acá en México, entiéndeme, no acá en esta agradable oficina llena de cartelitos de colores.

Ok, sí, me llevo los papelitos - ¿cuántos hay? ¡la virgen!- y la semana que viene regreso con ellos y otros tantos que me dará el notario que redacte mi contrato. Muy amable, señorita, pase usted un buen día.

Ya me salgo, ea. Mucho mejor, hoy, sólo han sido cuatro horitas. Y la suerte me acompaña porque alcanzo a llegar a la puerta justo un segundo antes de que uno de los resacosos ingleses saque su primera papilla allí en la esquina del mostrador de información. “Yo a ese no le daba ni un día más de permiso, coño, que se vaya a emborrachar a su país”, oigo. Ese ‘coño’ delató tu españolidad, compañera blanca de la cola azúl, y yo que te hacía italiana… Y parece que la salida de la muchacha ha alivianado el ambiente porque de nuevo se oyen risas.